Llegó la Champions a Málaga y su equipo no defraudó. En el partido más importante de su historia, el conjunto de Manuel Pellegrini reaccionó como se esperaba. El Málaga tiró de orgullo, de juego y de calidad en el primer y ansiado partido de Liga de Campeones de su historia. Y fue mucho mejor que el Panathinaikos (2-0), un equipo que vive del temor que inflige el infernal ambiente de su estadio, pero que esta vez se antoja insuficiente ante la alegría de un Málaga que, en la mejor noche de su historia, ha demostrado que su sueño es muy real. Las dificultades han unido a este equipo. Probablemente, porque ahí está el futuro de una institución golpeada con dureza por la realidad que agobia al fútbol español y a la que aprieta con mucha fuerza las deudas. Los goles de Demichelis y de Eliseu tras una maravilla entre Isco y Maresca dejan una buena renta para la vuelta en Atenas y permiten acariciar la Champions.
Impulsado por Toulalan, Joaquín e Isco, las mejores noticias del convulso verano malagueño, el Málaga realizó el partido perfecto en el momento oportuno. Bien es cierto que tardaron en llegar las ocasiones, pero la razón no es otra que no hay un sólo delantero centro puro y duro en la plantilla; no se adivina una referencia fiable para afrontar toda la temporada y la aparición del sorprendente Fabrice se intuye insuficiente. Ante esa ausencia en el área contraria, llegó el turno de la experiencia y las jugadas de estrategia, imprescindibles en los equipos sin '9'. Un córner sacado por Joaquín llegó a Weligton, que rebotó la pelota al área pequeña donde Demichelis no perdonó. El argentino, curtido en unos de los hogares de la Champions como es el Bayern de Múnich, marcó el primer gol de la historia del Málaga en la Liga de Campeones.
El tanto dio una necesaria tranquilidad al conjunto de Pellegrini. También animó al Panathinaikos. Los de Jesualdo Ferreira se estiraron, intentaron sobar la pelota y, aunque sin peligro, visitaban de vez en cuando la meta de Willy Caballero. La reacción griega fue un espejismo. Sobre todo, porque en La Rosaleda estaba Isco. El malagueño es una bendición para su equipo. La jugada del maravilloso segundo gol da buena fe de ello. Isco no rehúye nunca el regate, no le asusta perder la pelota y sus compañeros lo saben. El mediapunta encaró a Vyntra, se adornó en una pared con Maresca y puso un centro maravilloso al punto de penalti para que Eliseu fusilase a Karnezis.
Con el 2-0 la segunda parte corría el riesgo de ser testimonial. Pero el Málaga quería más, consciente de que puede ser una oportunidad única, y, junto al mal partido del Panathinaikos, todo invitaba a la goleada. El acoso se convirtió en asedio. El tercero pudo llegar de todas las formas y colores imaginables. Lo tuvo Isco, siempre Isco, en una contra, lo buscó Demichelis en otro saque de esquina, y lo rozó el nada inocente Fabrice, con un taconazo que habría sido el gol del año; sin embargo, el Málaga se confió y tuvo que sufrir en el único arranque de orgullo que tuvo el Panathinaikos. Los griegos quisieron dignificar el espantoso partido que estaban jugando y de la mano de Christodoulopoulos y Toché, montaron un pequeño incendio en la defensa malaguista, lunar la temporada pasada.
Pero era la noche del Málaga. Willy Caballero no concedió ni siquiera emoción a la eliminatoria y acabó con las ilusiones de los griegos. Pellegrini reaccionó, buscó frescura en Buonanotte, Camacho y Duda y recuperó el control del encuentro. El Málaga se va a Atenas con un 2-0 en el bolsillo, un resultado incluso corto por la gran cantidad de ocasiones falladas, pero que aclara mucho el camino hacia la fase de grupos de la Liga de Campeones.
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