La cosa arrancó titubeante, con
leve y pasajera lluvia y una preceremonia tipo feria medieval hasta que se
apagó la luz, emergió Bradley Wiggins, con sus patillas y su amarillo, e hizo
sonar la campana que daba la salida a la fiesta. Un poco muermo al principio,
con un reparto que hubiera desesperado al londinense Hitchcock: “Nunca trabajes
con niños, con animales y con Charles Laughton”. Sólo faltó este último en ese
escenario calcado a la Comarca
de El Señor de los Anillos, pero al igual que en el libro, todo mejoró cuando
salieron de Hobbiton.
Llegó la
Revolución Industrial con Kenneth Branagh recitando a Calibán
en La Tempestad
de Shakespeare: “No temas: la isla está llena de ruidos y músicas que deleitan
y no dañan”. Palabras premonitorias para el resto de la ceremonia.
Tras la forja de los anillos olímpicos, llegó la sorpresa de la
noche. Una escena de James Bond (con Daniel Craig) rodada en el Palacio de
Buckingham con la reina Isabel II haciendo de sí misma hasta fingir lanzarse de
un helicóptero sobre un estadio enloquecido por esa muestra de humor tan
british (sólo Beckham y Ali compitieron en aplausos). La reina sonreía
encantada, con las tablas que da ser el único jefe de Estado que ha presidido
dos Juegos. Ya lo hizo en Montreal 76 por esas cosas del Imperio Británico.
De inmediato, Boyle siguió con el mensaje social: sufragistas,
sindicatos, defensa de la sanidad pública... No había acabado la ceremonia y ya
se acumulaban protestas de políticos británicos conservadores por considerarla
“izquierdista”.
Y a partir de ahí, homenaje desatado a la inabarcable cultura
británica: literatura infantil, con J.K. Rowling (autora de Harry Potter)
leyendo Peter Pan, sir Simon Rattle dirigiendo a la Sinfónica de Londres
tocando Carros de Fuego con Rowan Atkinson sacando el Mr. Bean que siempre
llevará dentro, Cuéntame y Marcelino, pan y vino haciendo un cameo en el repaso
de series y películas... Y todo con la banda sonora de unas islas alrededor de
las que giran el pop y el rock hace 50 años. Increíble.
Después desfilaron las delegaciones y descubrimos que el traje de
Bosco no desentonaba tanto y que con un abanderado como Pau Gasol puedes ir
siempre por el mundo. Y aunque los discursos oficiales amagaron con apagar el
ánimo, entre los Arctic Monkeys y la emoción de ver a siete jóvenes atletas
encender el precioso pebetero, mantuvieron a la gente feliz hasta que Paul
McCartney cerró con Hey, Jude una noche inolvidable.
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